Descubrimiento supremo
por Cristian H. Serrano
Clarisa lo había comentado alguna vez. A ella también le había pasado. Era algo inverosímil, por lo cual, no le di importancia y, al saber como es ella, pense que estaba completamente loca, esa sensación había dejado de existir en este mundo hace cientos de años. Hoy, creo que le doy un poco más de credibilidad.
Según recuerdo mis antepasados lo vivieron en sus últimas expresiones. Los relatos de los bisabuelos y abuelos, haya por el siglo XX, hablan de algo parecido a lo que pasó. Pensar que en algo tan simple se esconde algo tan extraño.
Ellos, mis antecesores, lo palpaban en gran cantidad de situaciones, pero según los procesos históricos, la “Globalización” primero y el luego la “Cibernetización”, dejaron afuera esas sensaciones.
Las máquinas, los “cibers” (autómatas con capacidades laborales y de proceso de información al tope de la tecnología), la condición humana de saturación demográfica y las frustradas campañas de habitar otros mundos pusieron en jaque la economía mundial, el bienestar humano, el contacto social y, lo más grave, llevó al hombre a un estado de insatisfacción que no permite otra situación mas que ocupar su lugar dentro de la matriz productiva de Maxwell, dueño de los medios de comunicación del mundo y, por lo tanto, de todo. El saber, el entretenimiento, el desarrollo, la tecnología, en fin, el total de lo conocido actualmente esta bajo su mano.
Todo lo controla, todo sucede por y para él. Pero lo de hoy abre una nueva perspectiva. Tal vez Clarisa no esté tan loca. Debo llamarla y chequear su experiencia nuevamente.
-¡¡¡Hola, Clari!!! ¿como estás?-
-Hola, Marco… ¿todo bien? Acá estoy, encerrada en mi nicho, esperando mi turno en la cadena productiva de Maxwell. Me toca el de las 1800 a 0200. ¿Y vos? ¿Que raro que me llamaste? La última vez fue en la reunión mundial a través de la Supernet hace como un año.
-Si, viste como es. Entre los horarios rotativos para ocupar el puesto en la cadena, los cibers que te obligan a estar siempre “conectados” y la rutina de la “Planificación de Vida” del viejo Maxwell es un problema comunicarse.
-Si, es verdad. Pero todavía no me dijiste que te sucede.
-Clari… yo sé que no te creí mucho aquella vez, pero… ¿te acordás cuando me contaste de tu sensación?
-Oh, Marc... No quiero que me hables de eso, un poco más y me trataste de loca.
Es verdad, pensé, pero trataré de sacarte algo:
-No digas eso, es sólo que parecía algo tan irreal que hasta me negué a pensar que podía existir, pero te pido que me lo cuentes de nuevo.
-Esta bien... si insistes.
Y narra con lujo de detalles aquello lo que sucedió hace más de un año y medio. Lo recuerda como si fuera ayer. La impresión que le causó se ve que fue muy grande para tener la imagen tan viva de lo ocurrido. Termina de contármelo y pregunta para que necesito escucharlo otra vez.
-Ya te vas a enterar- le contesto y la despido.
Ahora creo que existe en algún lugar de nuestra rutinaria existencia la posibilidad de experimentar esta ancestral sensación.
Y si es posible, tal vez la revolución y la liberación se puedan llevar a cabo. Cientos, miles y millones de productores como yo pueden llegar a conocerla y acabar, luego, con el maldito automatismo. Hasta los cibers servirían de diferente manera y la comunicación sería posible.
Sentir algo que nunca sentimos, expresarnos como nunca lo hicimos, mostrarnos al mundo como nadie lo ha hecho. Salir de esta clausura, de esta alineación. Es un sueño muy grande. Suena muy utópico pero la realidad es que pasó. Pasó en algo muy simple y, entonces, el tema está en permitirnos que, dentro de las cosas simples y comunes, aparezca esta nueva y vieja conmoción.
Es increíble que haya sucedido ahí porque, mi última ciber, trató de darme algo parecido. El efecto mental de relax y descarga que recrea, a través del patrón neuronal que realiza con su sistema comunicativo, busca desconectarme, aunque sea por unos breves minutos, de la cadena. Pero nunca alcanzó los niveles producidos por la situación de hoy.
Estar en camino al centro de producción, ver el parque a lo lejos, con su verde pasto (sintético, por cierto), el agua azul (gracias a los químicos que echan para conseguir ese color de aquel líquido contaminado y sin vida que circula por el lago) y las imágenes holográficas de los árboles y los pájaros. Salirme de la cinta de transporte y caminar hacia aquel objeto, rectangular y con un movimiento extraño producto del aire que soplaba sobre el espacio virtual que ocupa el bosque, llamaba poderosamente la atención.
Tanto, que pisé el prohíbido pasto sintético y caminé hacia allí. Miré para todos lados y nadie se hallaba en las cercanías, la cinta estaba vacía y el parque, obviamente, desértico.
Llegué junto a él y ahí di cuenta de lo que era. Un viejo objeto llamado “libro”, el cual había comenzado a desaparecer a fines de la “Globalización” y desapareció por completo, cuando Maxwell lo prohibió, ya entrada la “Cibernetización”.
Tuve miedo de levantarlo y, también, de mirarlo. Pero la tentación fue mayor que el temor. Y leí, leí las viejas letras que componían lo que abajo se llamaban “páginas”. Y mi mente comenzó a experimentar algo parecido a lo que hacía la ciber cuando estábamos conectados. Pero mayor, más intensa, más real, más personal. Mi mente creaba imágenes y mi cuerpo sentía aquello. Lo que alguna vez llamaron “placer”.